Y una noche, el hombre llegó a la Tierra.
En la oscuridad, elevó su mirada y contempló el manto del firmamento.
Y lloró.
Lloró por la hermosura infinita de una visión inabarcable para su entendimiento.
Pero también tembló.
Tembló por el temor ante la naturaleza inexplicable de su existencia: no supo discernir si era un don o una maldición.
Entonces preguntó.
Pero el firmamento no contestó.
Guardó un silencio infinito, y el hombre comprendió que su vida sería una búsqueda sin promesas.


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