La pequeña estrella,
cuanto más amplificaba su brillo,
más notaba la fuerza de la distancia.
Su luz
revelaba la inmensidad del espacio que la envolvía
y que no devolvía resplandor alguno.
Con el tiempo comprendió que se había alejado de su propio centro.
Y entonces aprendió que
ante la presencia de aquel vacío
debía atreverse a sentir la desconexión
sin dejar de tender su halo.


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