Preparó con gran detalle la forja del recipiente, cubierta de símbolos mágicos, estudiados con minuciosa atención y que, en el saber arcano, poseían un gran poder.
En su interior, una gema solar, capaz de concentrar la energía en un solo punto. Añadió con exactitud la dosis precisa de sales especiales, azufre y mercurio, necesarios para su conjuro.
Solo necesitaba una chispa que lo activara, y pensó en la energía más poderosa de la naturaleza: un rayo.
Tejió, con destreza y maestría, un hilo de cobre con un trenzado mágico y lo desplegó hasta lo más alto de su torre.
Sabía que, en esa época del año, el tiempo empeoraba, y que una de aquellas noches sería propicia para desatar aquello que tanto ansiaba.
Y la tormenta respondió.
La caída del rayo casi acabó con su vida y destruyó parte del laboratorio.
No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente sobre el suelo de piedra calcinado.
Al despertar, encontró la vasija rajada, aún con el resplandor del metal fundido tras el infierno desatado.
Se lamentó: años de estudio y preparación… todo calcinado, documentos carbonizados, recipientes destrozados, lo había perdido todo.
Desolado, se acercó a recoger la vasija, lo único que quedaba casi entero.
Entonces observó que aquel resplandor se ocultó ante su presencia.
Su ánimo cambió.
¡Lo había conseguido!
Rodeó la estancia, salvando cristales rotos y estantes vencidos, y se acercó lentamente a la abertura para observar el interior.
Y allí estaba: la pequeña criatura.
Una llama con vida propia.
En seguida su felicidad se tornó en una mirada sombría y perversa. Fue consciente del poder que tenía entre sus manos, y de cómo, con aquel ser, podría dominar y doblegar a cualquiera que se interpusiera en su camino.
En un instante, aquel pequeño ser cambió de forma y se convirtió en una flecha de fuego. Con la velocidad del rayo, se lanzó contra el alquimista, convirtiéndolo en una antorcha humana. Fue consumido por las llamas que él mismo había creado.
Sus alaridos duraron apenas unos segundos y, cuando el fuego se extinguió, no quedó nada más que ruinas. Nadie supo nunca qué había ocurrido en aquella oscura noche.


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