Y resultó que llegó hasta mi isla desierta un mensaje en una botella.
No venía firmado, ni tenía fecha.
Pero en una mueca marcada por el destino,
reconocí mi propia letra.
Era yo, escribiéndome desde otro naufragio, dejando constancia de un problema al que, con el tiempo, puse solución.
Y ahora, en el silencio, hago un intercambio de plegarias…
Y vuelvo a lanzar la botella al mar.


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