Era la noche del solsticio, y los nervios eran un temblor bajo su piel.
El fulgor de la hoguera asfixiaba aún más su respiración jadeante, y la luz cegadora entorpecía sus pasos descalzos e inseguros hacia aquel destino oculto.
El bramido atronador de los tambores angustiaba aún más su latido acelerado como Iniciado; ya no era él: todos sus sentidos estaban secuestrados por aquel ritual.
Finalmente, llegó ante el viejo Chamán. Este levantó los brazos, y se hizo un silencio sepulcral.
Allí, bajo la mirada de todos, no sabía qué ocurriría. Pero después de aquella noche, nunca más sería el mismo.


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