Señales en el maíz


Los perros estaban demasiado alterados y los ladridos le despertaron de un sueño profundo. Saltó de la cama con el corazón acelerado y se vistió lo más rápido que pudo, cogiendo su vieja escopeta y asegurándose de que estuviera cargada. Antes de salir del dormitorio, su mirada se detuvo en el portarretratos de la mesita de noche.

Salió a la puerta de su casa, el aire olía a la humedad de la tierra. Echó un vistazo rápido a los alrededores apuntando con la linterna pero no vio nada extraño, solo el maizal balanceándose suavemente con la brisa nocturna. A la izquierda del porche, los perros ladraban y gemían asustados: se acercó a ellos y se agachó para acariciarlos y calmarlos, pero, apenas le hicieron caso.

El viejo granjero se incorporó y miró hacia donde los perros dirigían sus ladridos, en ese momento, un escalofrío le recorrió la nuca.

No recordaba haber tenido una sensación parecida, ni siquiera, en las noches persiguiendo a los que pretendían robarle la cosecha. Tenía la extraña certeza de que algo iba a ocurrir.

Aquel pensamiento le aceleró el pulso y respiró profundamente antes de que el miedo lo dominara.

No esperó más y con la escopeta levantada, se encaminó lentamente en dirección al maizal. Con la mano izquierda sostenía el cañón y la linterna, alumbrando en rápidos vaivenes, para no verse sorprendido por ninguno de los lados.

Oteaba de izquierda a derecha sin dejar de apuntar. Y de pronto, se hizo el silencio, los ladridos fueron sustituidos por un zumbido eléctrico dentro de su mente y entonces, delante de él, apareció aquel ser.

La visión fue terrorífica.

Intentó apretar el gatillo, pero su dedo no respondía, no por rigidez, sino por una extraña y profunda relajación de todo su cuerpo.

Aquel ser entró en la mente del granjero y quedó sumido en un trance, sus brazos bajaron con suavidad mientras la escopeta y la linterna rodaban sobre la hierba húmeda. Sus ojos se tornaron en blanco y su cabeza se inclinó levemente hacia arriba. Su cuerpo parecía levitar ligeramente por encima de la hierba.

Su mente estaba calmada, no había comunicación alguna entre los dos seres, pero una idea no dejaba de repetirse dentro de la cabeza del granjero.

-Quiero verla una vez más…

Y entonces, como surgida de todos sus recuerdos, apareció ella.

Su esposa, envuelta en una luz suave y cálida que lo abarcaba todo. Su mirada, llena de paz y una sonrisa tierna le atravesaron el alma y su corazón se quebró. Un llanto sordo escapó de su garganta.

Todas las palabras que nunca dijo se agolparon en su pecho: las disculpas que nunca dio por discusiones absurdas, las caricias negadas por su rudeza o los silencios llenos de orgullo. Todo eso se mezcló con la emoción de volver a tenerla frente a él, aunque fuera por un momento.

Tembloroso, apenas pudo susurrar:

-Lo siento… tanto…

Ella lo miró con ternura y sonrió. Extendió la mano hacia él, y en aquel gesto no había reproches, solo un silencio que borraba el peso de los años.

Lentamente su figura se desvaneció y con ella la angustia y el remordimiento, dejando al granjero con el corazón más ligero.

Había logrado despedirse.


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